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Hacia la gestación del Estado-militar-neocorporativo en México

 

Towards the creation of the neo-corporate military state in Mexico

 

Mateo CROSSA

Descrição: Ícone

Descrição gerada automaticamente https://orcid.org/0000-0002-1595-366X

Instituto Mora, Ciudad de México, México

Correo electrónico: macrosiel@gmail.com.

 

Resumen: Este trabajo tiene como objetivo analizar la reconfiguración reciente del poder estatal en México desde la mirada de la economía política. Desde este lugar se plantea que en el último mandato presidencial, a cargo de López Obrador (2018-2024), se han ido sentando las bases de un Estado que, en busca de saldar la crisis de legitimidad que se experimentaba en el país en sexenios previos, no abandona la política económica neoliberal ni el carácter militar-coercitivo instalado a través de la llamada ‘guerra contra el narcotráfico’, pero impulsa una política social de programas de asistencia monetaria que se han convertido en la base de un consenso social políticamente subordinado que cimienta el piso de un nuevo Estado-militar-neocorporativo.

Palabras clave: México. Neoliberalismo. Estado. Programas sociales de transferencias monetarias. 

 

Abstract: This paper analyses the recent reconfiguration of state power in Mexico from the perspective of political economy. It argues that during the most recent presidential term under López Obrador (2018-2024), the foundations of a new state model were been laid. In an effort to address the legitimacy crisis experienced under previous administrations, this model retains neoliberal economic policies and the militarised and coercive character established through the so-called 'war on drugs.' It, however, promotes a social policy based on monetary assistance programmes, which have become the foundation of a politically subordinated social consensus that underpins a new military-neocorporate state.

Keywords: Mexico. Neoliberalism. State. Monetary transfer social programmes.

 

1.       Introducción

 

T

ras casi cuatro décadas de predominio de políticas económicas neoliberales y una creciente crisis de legitimidad del Estado mexicano, acentuada por el uso sistemático de la coerción y la violencia como herramientas de control estatal en el marco de la llamada ‘guerra contra el narcotráfico’, la política nacional vivió un punto de inflexión en 2018 con la llegada a la presidencia de Andrés Manuel López Obrador (2018-2024). Este cambio marcó el inicio de un proceso en el que el ejercicio del poder político en México experimentó transformaciones significativas, orientadas a recuperar la legitimidad del mando político del Estado. Dicho proceso buscó trascender el predominio de la fuerza coercitiva como único dispositivo de dominación, para incorporar mecanismos de parcial consenso asentados en la puesta en marcha de programas de transferencias monetarias condicionadas.

 

Estas dinámicas han dado paso a un proceso reciente de reconfiguración del Estado mexicano, cuyas implicaciones serán examinadas en este trabajo desde la perspectiva de la economía política. Se presentará un análisis de los factores que han contribuido a la reconstrucción de la legitimidad estatal, en un contexto donde las políticas económicas neoliberales y el uso de la violencia estatal permanecen como pilares centrales del ejercicio del poder político en el país.

El artículo comienza presentando algunas notas sobre el desenvolvimiento del poder político durante el desarrollo neoliberal, donde destacan la agresiva transformación por la que atravesó la economía mexicana desde los años 80 y la consecuente crisis de legitimidad estatal que esta produjo.  En un segundo momento se analizan algunas de las más importantes transformaciones recientes en la estrategia de dominación que Estados Unidos (EUA) emprende sobre América Latina. Aquí se destaca el interés prioritario que tiene el proyecto imperial estadounidense por retomar el control sobre la región latinoamericana, donde México juega un papel estratégico en el marco de la disputa actual por el reparto mundial. En el marco de esta perspectiva global sobre el despliegue imperial, se presenta una tercera parte en la que se plantean algunas ideas claves para comprender el proceso reciente de reestructuración del poder político en México, marcado por la progresiva consolidación de un Estado militar neocorporativo.  

 

2.      Notas sobre el neoliberalismo y crisis política en México

 

En México, el modelo de sustitución de importaciones tuvo un singular significado dentro de América Latina, probablemente porque a principios del siglo XX vivió una revolución social de magnitudes profundas. Esta revolución mexicana sembró las bases para una transformación profunda que diera pie a la formación de un capitalismo con una protagónica conducción del Estado en la economía nacional. A nivel económico, esto significó que para las décadas de los 50 y 60, conocidas en México como el milagro mexicano, el Estado estuviera involucrado en todas las ramas estratégicas de la economía nacional.

 

En el terreno del poder político, se tejió la dominación mediante la subordinación corporativa de grandes federaciones sindicales y gremiales que operaban subsumidas al mando político del Estado. Los años 50 y 60 del siglo XX fueron los años cúspide del Estado del corporativismo mexicano, comandado por el partido único (Partido Revolucionario Institucional, PRI). En ese momento, la relación de mando y dominación se ejercía a través de una política de alianzas con sectores campesinos y de trabajadores industriales de grandes centrales gremiales dirigidas por líderes sindicales ‘charros’ vinculados al partido político dominante, mismos que tenían una puerta giratoria al parlamento (Gonzalez Casanova, 1991).

 

Sin embargo, este escenario terminó abruptamente con la crisis y la reestructuración de la economía global en la década de 1980. Después de un breve periodo de auge petrolero en los años 70, los precios del petróleo cayeron a principios de los 80, y para 1982, la economía mexicana estaba en bancarrota. En ese momento, se firmaron acuerdos con el Fondo Monetario Internacional, y se implementó una agresiva política de ajuste estructural que desmanteló por completo las bases del modelo de sustitución de importaciones y del Estado Corporativo. Entre las primeras medidas implementadas destaca lo que se conoce como ‘topes salariales’ que aplicaron, en un contexto de muy elevada inflación, lo que en términos del poder adquisitivo representó una franca caída salarial al precipicio. También se impulsó la apertura del mercado interno a la inversión extranjera mediante la incorporación de México al Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio (GATT, por sus siglas en inglés) en 1985 y la consecuente reducción irrestricta de aranceles. Esta política neoliberal se fortaleció exponencialmente con la firma del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) en 1994, lo cual dio por terminado el Estado Corporativo mexicano y convirtió al país en un enclave maquilador que quedó bajo el control de corporaciones transnacionales y totalmente orientado a abastecer el mercado estadounidense, lo que implicó que la economía nacional se subsumiera a lo que Ruy Mauro Marini llamó la “[…] integración imperialista de los sistemas de producción” (Marini, 1977, p. 186). 

 

En este terreno comenzó una nueva narrativa ideológica de desarrollo económico tutelado por los principios del Consenso de Washington. A la sombra del del TLCAN, México se convirtió en el mayor exportador de América Latina, al grado que actualmente las exportaciones de México representan el 41% del total de exportaciones de América Latina y el Caribe.[1] Paralelamente a este crecimiento exponencial de las exportaciones, México vio caer vertiginosamente los salarios y se convirtió en el mayor expulsor de fuerza de trabajo de América Latina. De hecho, para el 2020, se colocaba como el segundo país del planeta después de la India con mayor emigración internacional (Organización Internacional de las Migraciones, 2023). Para el 2020, había 38,5 millones de personas de origen o descendencia mexicana viviendo en EUA, cifra que sólo se puede explicar por las cuatro décadas de forzada aplicación de recetas neoliberales que han provocado, incluso hasta hoy, un masivo éxodo de trabajadores (Current Population Survey, 2020).

 

A pesar de que esta migración forzada se unió a los segmentos más precarios y criminalizados del sector de servicios en la economía estadounidense, las remesas que envían los migrantes desde EUA son un sostén fundamental para compensar las condiciones de superexplotación y precariedad salarial que prevalecen en México. De hecho, sería absolutamente inconcebible el funcionamiento de la precaria demanda agregada en México si no se toma en cuenta el peso de las remesas que, para finales de 2023, representó por mucho el mayor ingreso de divisas en el país y 73% de la masa salarial de la población ocupada de México (Consejo Nacional de Evaluacion de la Politica de Desarrollo Social, 2022).

 

Mientras tanto, la informalidad laboral se convirtió en la columna vertebral del mercado laboral, hasta el punto de que hoy en díal el trabajo informal representa, de acuerdo con datos oficiales, 56% de la fuerza laboral de México.[2] Esta fuerza laboral está sumergida en condiciones inseguras, sin beneficios, sin un salario fijo, sin contrato, sin seguridad social, y en gran parte, vive con ingresos por debajo del salario mínimo. Este enorme ejército de trabajadores informales no sólo demuestra que el mercado de trabajo en el capitalismo dependiente es incapaz de absorber a la amplitud de población trabajadora latente, sino que esta población latente también participa en la presión del mercado laboral como ejército industrial de reserva funcional para presionar los salarios a la baja y mantener oxigenadas las condiciones de precariedad y superexplotación en el sector formal, particularmente en el sector manufacturero exportador, donde prevalecen salarios hasta 20 veces más bajos que los de EUA. Sería imposible concebir la precariedad salarial en México sin comprender la función estratégica que tiene el mercado informal como mecanismos de presión de los salarios en el sector formal (Foster; Magdoff, 2004).

 

A partir de 2006, la ofensiva contra el trabajo se profundizó aún más con la llamada guerra contra el narcotráfico. Desde aquel año, y especialmente después de la Gran Recesión de 2008, México experimentó un proceso de ‘doble filo’. Por un lado, la presencia de la industria maquiladora en el país se duplicó entre 2008 y la actualidad, pasando de 1.4 millones a más de 3 millones de trabajadores maquiladores respectivamente. Por otro lado, el poder político comenzó un proceso de transformación marcado por la creciente y prominente presencia de las fuerzas militares en la organización de la vida pública. El aparato militar que había operado selectivamente contra algunas organizaciones y movimiento sociales durante los años 60 y 70 del siglo XX (periodo conocido en México como la Guerra Sucia, en el que destacó la matanza de estudiantes en la plaza de Tlatelolco en 1968), se extendió por todos los rincones del territorio nacional bajo el auspicio de la guerra contra el narco, dando pie a la formación de un Estado autoritario y coercitivo, marcado por una agenda profundamente conservadora, en el cual el terror y la violencia se convirtieron en el principal mecanismo estatal de ejercicio del dominio político.

 

Pero este escenario de creciente maquilización de la economía mexicana y dominación a través de la violencia y el terror llevó a un rápido y creciente descontento social a nivel nacional. A pesar de la coerción estatal, el movimiento popular vivió un proceso de ascenso social que se aceleró de forma notoria durante el periodo presidencial de Enrique Peña Nieto (2012-2018). Las movilizaciones fueron marcadas por el protagonismo de pueblos originarios, movimientos feministas, familiares de desaparecidos (donde destacó la enorme movilización contra la desaparición de los 43 estudiantes de Ayotzinapa), movimientos obreros en las maquilas, magisterio, entre otros. Todas estas expresiones de rabia popular hacían evidente que la vida política en el país se dirigía a un escenario de crisis de legitimidad en la cual, retomando la orientación de Gramsci, las clases dominantes no encontraban partidos o representaciones propias con los cuales continuar dominando (Gramsci, 1975). Se trató de un momento en que el desfase de clases dominantes y representantes alcanzaba niveles críticos que, de no reformularse el ejercicio del poder político, podría alcanzar un escenario de ‘crisis orgánica’. En este terreno, las clases dominantes no encontraban los mecanismos políticos específicos para la dominación, mientras que las clases dominadas tendían a rebelarse y movilizarse con mayor fuerza, aunque ello no alcanzara un escenario de ‘situación revolucionaria’. La agudización de la lucha de clases en México no sólo reflejaba un agotamiento de la legitimidad del estado entre las clases dominantes, sino que también se tornaba contraproducente y poco funcional al interés del capital.[3] 

 

La crisis de legitimidad de hizo explícita en las elecciones presidenciales de 2018, que llevaron al nombramiento de Andrés Manuel López Obrador (AMLO) como nuevo presidente. No cabe duda de que millones de personas en todo el país salieron a las calles durante esas elecciones para elegir a un candidato progresista que parecía ofrecer una alternativa de representación frente a la prolongada crisis de representación. Sin embargo, la crisis política no solo era insostenible para los oprimidos, sino también motivo de preocupación para la clase dominante. En este tenor, la candidatura de AMLO ofreció una alternativa para el desahogo de la rabia popular y, al mismo tiempo, para la recomposición de la dominación.

 

3.      Giro de tuerca en el imperialismo estadounidense

 

Antes de seguir profundizando en el análisis sobre México, metodológicamente es indispensable voltear a ver las transformaciones y cambio de estrategia que se está produciendo desde la geopolítica del imperialismo estadounidense. Esto se debe a que el periodo presidencial de AMLO ocurrió en un contexto global todavía vigente en el cual EUA se encuentra sumergido en tensiones cada vez más agraviadas a nivel mundial, donde destaca la competencia económica con China por el reparto del mercado mundial. El progresivo menoscabo de la hegemonía económica de Estados Unidos en el escenario global, frente al ascenso monopólico de las corporaciones chinas en sectores estratégicos de alta tecnología, ha generado grandes tensiones en el proyecto de tutelaje global económico estadounidense.

 

Para reafirmar su posición como potencia económica dominante, Estados Unidos ha adoptado diversas estrategias que buscan reposicionarlo como líder económico mundial, aunque con resultados limitados. Este esfuerzo refleja las dificultades que enfrenta en su intento por mantener su influencia frente al creciente poder tecnológico y económico de China, que amenaza con disputarle el liderazgo en los procesos de la revolución tecnológica en curso, centrados en la electro-informática y la inteligencia artificial.

 

Esta tensión global por la distribución del mercado mundial ha generado una reconfiguración del rompecabezas político internacional y un replanteamiento de la estrategia imperial de Estados Unidos, enfocada en evitar la consolidación de esquemas de dominio multipolares en el ámbito de la geopolítica global. Para ello, la agenda de dominación de EUA camina por tres senderos principales que, aunque no son los únicos, son sin duda destacados en la reconfiguración de la cadena de dominación internacional. 

1) Dentro de Estados Unidos, se ha implementado una política de revitalización industrial cuyo objetivo es proteger el mercado estadounidense de la entrada de capital chino y fomentar el desarrollo de sectores productivos internos altamente tecnológicos. Esta estrategia combina una política arancelaria proteccionista orientada fundamentalmente a proteger el aparato productivo interno contra la competencia monopólica de capitales chinos, y un impulso estatal orientado al fortalecimiento de la industria nacional. Un ejemplo destacado es la considerable inversión estatal a través del CHIPS and Science Act de 2022 (Ley de Semiconductores y Ciencia), mediante la cual el gobierno destinó alrededor de 280 mil millones de dólares para estimular la industria de alta tecnología en Estados Unidos, especialmente en el sector de semiconductores (Badlam, 2022).

 

En el terreno de la política laboral, se puede mencionar que existe una diferencia entre Demócratas y Republicanos en cuanto a la alianza con sectores sindicalizados de la clase trabajadora en EUA (ejemplo de ello es el amplio respaldo que tiene la presidencia de Biden por parte de la Federación Estadounidense del Trabajo y Congreso de Organizaciones Industriales, AFL-CIO). Sin embargo, fuera del terreno de la clase trabajadora sindicalizada, ambos partidos han adoptado una política laboral restrictiva y represiva hacia la población migrante que busca intensificar la explotación de los trabajadores indocumentados, colocándolos en una posición aún más vulnerable y sometiéndolos a condiciones de inseguridad y precariedad extremas.  El objetivo fundamental no es el de erradicar a la población migrante —lo cual produciría un jaque a la economía estadounidense— sino de criminalizarla y hacerla aún más invisible en la esfera del derecho laboral, con el fin de disciplinarla despóticamente, controlarla y desempoderarla al máximo.

2) En segundo lugar, como parte de la estrategia del imperialismo estadounidense, se refuerzan los elementos de violencia bélica para redoblar la intensidad de los conflictos militares y la ocupación de territorios en Europa del Este, Medio Oriente y Mar de China, procurando reestablecer el mando militar estadounidense a nivel internacional. En este terreno, estas tres regiones son hasta el momento los nodos en los que hoy se desnuda la disputa global por el control energético y económico global, a lo cual se suma el crecimiento de la incursión militar de EUA en los dos mares de China, tanto el meridional como el Oriental. El apoyo incondicional de EUA a Israel, a pesar de todo el cuestionamiento que sobre él se ha hecho, refleja la férrea necesidad que tiene EUA de controlar regiones económica y políticamente estratégicas del mundo por medios bélicos y militares. Por eso, a pesar de las enormes movilizaciones que ha habido en EUA contra el genocidio del pueblo palestino, la respuesta del Estado ha sido la represión y la violencia. 

3) El tercer elemento tiene que ver con la proyección imperial estadounidense en América Latina. En nuestra región, el imperialismo estadounidense ensaya nuevas fórmulas que buscan relegitimar su dominio y minar a toda costa la influencia de China. A diferencia de la ola de gobiernos progresistas de principios del siglo XXI, que coincidió con una condición ventajosa de precios de commodities a nivel mundial y con la incursión económica exponencial de China en la región latinoamericana, ahora Estados Unidos busca reforzar la conducción y el tutelaje sobre la región, reviviendo los aires del ALCA por medio de lo que se puede identificar como tres caminos de dominio imperial en Latinoamérica:

A) En primer lugar, mantiene una política de guerra híbrida y confrontación abierta con países como Cuba y Venezuela, tratando de erradicar por todos los medios posibles (especialmente a través de bloqueo económico y apoyo irrestricto de fuerzas neoconservadoras y neofascistas), la posibilidad de que estos países puedan avanzar en la construcción de proyectos populares y democráticos al margen del mandato imperial (Fazio, 2024).

B) En segundo lugar, apoya a fuerzas conservadoras y neofascistas convertidas en gobierno, como es el caso de Milei en Argentina, Bolsonaro en Brasil, Bukele en El Salvador, Dina Boluarte en Perú, entre otros. Ello con el fin de procurar alinear a estos países a la disciplina fiscal monetarista, controlar recursos naturales energéticos, reducir los derechos sociales, reducir la importante participación económica de China y restituir la conducción económica y política de EUA.

C)  En tercer lugar, Estados Unidos refuerza su control sobre países económicamente estratégicos en América Latina, como México, que ocupa un lugar de vital importancia como enclave maquilador subsumido al mercado estadounidense (Crossa, 2024). Es decir, en el marco de la guerra económica contra China, México es para EUA unespacio vital’ de generación de ganancia extraordinaria monopólica dentro de lo que Marini caracterizó como laintegración imperialista de los sistemas de producción’ (Marini, 1977, p. 186).

 

Tal es la importancia de México para el diseño geo-economico imperial, que la posibilidad de que EUA recupere el liderazgo en sectores manufactureros estratégicos de la economía mundial no solo depende de que retenga los eslabones tecnológicos más avanzados de las cadenas productivas. También depende de que mantenga elevadas tasas de explotación mediante la transferencia de los eslabones productivos más intensos en el uso de la fuerza de trabajo a México, donde las relaciones de capital-trabajo y el mercado laboral en la industria manufacturera se caracterizan por registrar salarios entre 15 y 20 veces más bajos que los de EUA (Crossa, 2023). 

 

En este escenario, resulta fundamental para EUA que el Estado mexicano asegure procesos de gobernabilidad que garanticen el funcionamiento adecuado del enclave maquilador y eviten cualquier ruptura política que pueda poner en riesgo los procesos de acumulación en cadenas de suministro vitales para sectores clave de la economía estadounidense.[4] En este sentido, EUA ensaya en México una estrategia basada en una democracia restringida y tutelada, cuyo objetivo es el de promover una  política de concesión limitada que tenga la capacidad de reestablecer y suturar las relaciones de dominación luego de un periodo de ‘crisis de legitimidad’.

 

El objetivo de esta formulación es el de restituir el mando del Estado por medio de mecanismos de consenso limitados, sin que esto signifique cuestionar el dominio del capital transnacional —o la disciplina fiscal fondomonetaristani el dominio del aparato represor del Estado, sino revestirlo con legitimidad. Este giro de tuerca en la política imperial de EUA hacia México es sumamente importante para comprender el proceso de transición política y  reconfiguración del Estado que se ha vivido recientemente en México.  

   

4.      Hacia la formación del Estado-Militar-Neocorporativo en México

La estrategia global de dominación estadounidense coloca en México la necesidad de promover un proceso de gobernabilidad como medio para prevenir la profundización de la crisis política y, al mismo tiempo, limitar y restringir el propio proceso político democrático para mantenerlo bajo control y que no se torne en una crisis orgánica que lleve a escenarios de transformación sociales y democráticas profundas. En este sentido, en los seis años de gobierno de AMLO (2018-2024) se dio continuidad a la política económica neoliberal, se profundizó el carácter militar del estado, pero al mismo tiempo, se avanzó en la restitución de la legitimidad del mando del Estado mediante la paulatina pero cada vez más notoria consolidación de un partido en el poder, así como la aplicación de políticas individualizantes de asistencia social a través de transferencia monetarias condicionadas. En otras palabras, el ejercicio del poder político en México avanza hacia la configuración de un triangulo de dominación que se ha articulado para dar cauce a lo que se podría denominar Estado militar neocorporativo, mismo que se compone de tres vértices fundamentales que se explican a continuación.

 

4.1.             Primer vértice del triángulo: política económica neoliberal

La primera cara de este triangulo es la continuidad de política económica neoliberal. Si bien es posible destacar algunos aumentos salariales durante el gobierno de AMLO que rompen con una tendencia a largo plazo de disminución del salario mínimo real, no sólo no recuperan ni de cerca la caída salarial al abismo que se produjo en México desde los 80. Además, han tenido un impacto disminuido sobre el ingreso real de la población trabajadora, debido a que, como ya se mencionó, hay un sector informal que representa el 56% de la población trabajadora, que en gran medida vive con ingresos inferiores al salario mínimo.

 

Asimismo, según datos del Centro de Análisis Multidisiplinario (CAM), en 2024, el costo de una canasta básica era de US$ 736 al mes, lo que significa que, para adquirir una canasta básica de consumo en México, un adulto individual (no una familia) requiere 1,95 salarios mínimos (Centro de Análisis Multidisciplinario, 2024). Esto significa que al menos un tercio de la población trabajadora de México (hay millones más) recibe un ingreso que solo cubre el 65% de la canasta básica de consumo, lo que indica que el aumento del salario mínimo solo enmascaró la condición de empobrecimiento estructural que subyace en el mercado laboral de México. En otras palabras, hay un enorme ejército de millones de personas que solo vieron cómo el salario mínimo se alejaba o superaba sus ingresos, sin que estos últimos aumentaran. Mientras tanto, las fortunas de los multimillonarios aumentan exponencialmente. Según OXFAM, las fortunas de Carlos Slim y Germán Larrea (este último conocido como el rey del cobre por su actividad minera) representan el 70% de la riqueza privada de México, equivalente a la riqueza de la mitad más pobre de la población en América Latina y el Caribe (OXFAM, 2024).

 

En este mismo terreno, la política económica del gobierno encabezado por el presidente AMLO se caracterizó por una mayor apertura de territorio nacional a la Inversión Extranjera Directa (IED), la cual continúa a toda marcha bajo el amparo de la política comercial con EUA plasmada en el renovado tratado de libre comercio, ahora llamado T-MEC. Los ejes estratégicos de reproducción del capitalismo en México se encuentran bajo el control pleno de las grandes corporaciones internacionales, particularmente en la industria manufacturera de exportación, en la industria agroexportadora , en la minería y en la industria energética (Cypher; Crossa, 2019).

 

En los últimos seis años se han impulsado zonas francas para la total libertad de operaciones de las corporaciones trasnacionales extractivas y maquiladoras. Destaca particularmente la cruzada del capital en el sur-sureste de México a través de los megaproyectos del Corredor Interoceaníco y el Tren Maya, cuyo objetivo dista mucho de la posibilidad de generar desarrollo y encadenamientos regionales o nacionales. Más bien impulsa la apertura de la frontera al mercado, particularmente al dominio del capital norteamericano, sin aplicar una política impositiva fiscal que permita al estado disciplinar y conducir a las inversiones desde una política industrial planificada (Cypher; Crossa, 2023).

 

4.2. Segundo vértice del triángulo: el poder militar

 

A partir del 2006, con la llamada ‘guerra contra el narcotráfico’, se instaló en el país un estado de excepción no declarado en el que las fuerzas armadas asumieron la responsabilidad de la seguridad pública, aumentando su poder de mando sobre el conjunto del aparato político del estado mexicano (Fazio, 2016). Este papel protagónico se profundizó durante la gestión de AMLO, periodo en el cual el presupuesto a las fuerzas militares aumentó 41% (alcanzando el 20% de toda la inversión física del Estado), lo cual se refleja en un incremento exponencial de elementos y cuarteles de la Guardia Nacional, Ejército y Marina en todo el territorio nacional, así como el control administrativo y empresarial de aeropuertos, puertos, trenes y líneas aéreas (Animal Político, 2023). Este aparato de fuerza funciona esencialmente como un mecanismo coercitivo de ocupación interna que se extiende bajo la consigna de la ‘guerra contra el narcotráfico’. 

 

Pero la instalación forzada del terror social y la guerra psicológica que ha significado la militarización del país está lejos de funcionar para ‘pacificar’ al país.  Actualmente hay un registro de 114 mil personas desaparecidas en México. De este número, 100 mil desapariciones han ocurrido desde 2006 que comenzó la ‘guerra contra el narco’ y 50 mil, durante el gobierno de AMLO. Mientras tanto, en este mismo periodo (2006-2024) se registraron 470 mil homicidios en el país, de los cuales 121 mil ocurrieron durante el mandato de Calderon (2006-2012), 157 mil fueron durante el de Peña Nieto (2012-2018), y 190 mil ocurrieron durante la gestión de AMLO (A Dónde Van los Desaparecidos, 2024)  Por tanto, lejos de pacificar el país, la mal llamada ‘guerra contra el narco’ ha funcionado como política para dar mayor espacio a la instrucción militar, lo que nos permite afirmar que la reestructuración del Estado mexicano se construye bajo las sombras de la supremacía militar, lo cual resuena al aire de lo que Ruy Mauro Marini denominó como un Estado del Cuarto Poder. Como destacó el gran pensador revolucionario brasileño, a pesar de que funcionan las instancias democrático-parlamentarias, “[…] las fuerzas armadas ejercen un papel de vigilancia, control y dirección sobre el conjunto del aparato estatal” (Marini, 1980, p. 25).

 

Pero la particularidad del Cuarto Poder de hoy, a diferencia de la transformación que analizaba Marini en la década de los 80, es que hoy el dominio del ejército se articula con grupos del crimen organizado que toman la función de sembrar terror-social-paralizante. Lejos de ser una guerra contra el narco, se trata de una articulación de fuerzas represivas paraestatales y fuerzas represivas regulares que hacen mancuerna para instaurar un Estado de excepción no declarado. No es casualidad que cuando las fuerzas militares ocupan un territorio, comienza un espiral de violencia destructiva marcada por la operación irrestricta de grupos criminales (Illades; Santiago, 2015).

 

Tampoco es casualidad que estos espirales de violencia ocurran en regiones estratégicas para la reproducción del capitalismo en el país. Es lo que se vivió con el despliegue militar de las fuerzas armadas en el estado de Michoacán durante el inicio de la guerra contra el narco, región que hoy el enclave agroexportador más importante del país. Es lo que  pasó con la ocupación militar en Chihuahua, que hoy es el estado maquilador más prominente de México. Es lo que también se vivió en el estado de Guanajuato, mayor productor nacional de automóviles para la exportación en México, donde la violencia ha azotado profundamente a la población. Y es lo que actualmente se vive en el sur-sureste de México, donde la implementación forzada de megaproyectos como el Corredor Interoceánico y el Tren Maya van acompañados de una creciente militarización de las regiones y un crecimiento imparable de la violencia del crimen organizado que está causando éxodos masivos de población campesinas-originaria. En otras palabras, las pautas básicas del terror y la coerción que se instaló con Felipe Calderón en 2006, siguen su curso en el gobierno actual, de forma que es posible argumentar que la guerra contra el narco ha sido el mecanismo para la conversión del estado mexicano en un Estado militar.

 

4.3. Tercer vértice del triángulo: programas sociales de transferencia condicionada

 

A pesar de que la política económica neoliberal no ha cambiado, y que las fuerzas armadas se consolidan como Cuarto Poder, la crisis política de legitimidad que el país estaba viviendo antes de la llegada de AMLO a la presidencia se contrarrestó en los últimos 6 años de su mandato presidencial mediante el restablecimiento del mando estatal y la legitimidad política mediante mecanismos parciales de consenso. Por lo tanto, la pregunta que deberíamos hacernos es, ¿cómo es posible que la política económica continúe operando bajo el pulso neoliberal, y el aparato militar siga creciendo, mientras que el mando del Estado se está sellando y recomponiendo a través de mecanismos de parcial consentimiento social?

 

Contrario a la posibilidad de pensar en los limitados aumentos salariales como mecanismo principal de legitimación política, considero que el dispositivo más efectivo para resarcir el mando de la dominación del estado han sido los programas sociales de transferencia monetaria condicionada. Estos programas han sido la fuente en la que podemos encontrar el retejido parcial del consenso respecto al mando del Estado. En un país sacudido por años de precariedad laboral, estos programas sociales, a pesar de sus limitaciones y escasez, se han convertido en una herramienta privilegiada para generar consenso entre los sectores más precarizados de la clase trabajadora.

 

En este terreno, es importante mencionar que el presupuesto destinado a estos programas sociales no surge de una política de distribución de la riqueza, lo cual refuta en todo sentido la posibilidad de pensar en estos programas como un ingreso universal básico que nace de tasas impositivas sobre capital. De hecho, México tiene una de las cifras más bajas de América Latina en recaudación fiscal (mientras que países como Brasil registran una recaudación fiscal equivalente a 32% del PIB, esta cifra en México es del 16,2%) (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico, 2024). Esto se debe a que México es básicamente un paraíso fiscal-maquilador para las corporaciones trasnacionales, que pueden operar en el país sin tener que pagar un centavo de impuestos (Pérez; Bueno; López, 2021)

 

El financiamiento para los programas sociales no proviene de impuestos al capital, sino de una administración diferente de los ingresos fiscales basada en una política de austeridad generalizada en el gasto público, lo que el mismo gobierno ha denominado como “austeridad republicana”. No hay una política redistributiva que desafíe al mandato del capital transnacional o a la disciplina fiscal del FMI, sino más bien una administración de los escasos recursos disponibles para canalizarlos hacia programas sociales monetarios estratégicos, abandonando otras esferas de la política social. Esto explica por qué, mientras el presupuesto para programas sociales crece, el presupuesto para los sectores de educación y salud está en franco estancamiento. En otras palabras, los programas sociales de transferencia monetaria se llevan a cabo bajo el condicionante de una política disciplina fiscal que limita el gasto social en su totalidad.

 

Entre los varios programas de transferencia prioritarios que forman parte de la Secretaría del Bienestar, destacan las pensiones para adultos mayores, becas para estudiantes de nivel básico y nivel medio-superior, apoyos económicos para campesinos a través del programa Sembrando Vida y becas para jóvenes desempleados a través del programa Jóvenes Construyendo el Futuro. Entre 2019 y 2024, el presupuesto de la Secretaria de Bienestar encargada de estos programas pasó de 197 mil millones de pesos a 543 mil millones respectivamente (precios constantes de 2024). Mientras tanto, el presupuesto para la Secretaria de Educación Publica se estancó en 400 mil millones de pesos mexicanos entre 2018 y 2023 (CIPP-IMCO, 2023)

 

Pero el punto importante a mencionar aquí no es solo el hecho de que la política social no se basa en una lógica redistributiva, sino lo que estos programas significan para el problema del poder y la legitimidad del mando político, ya que, como se argumentará en los siguientes parrafos, estos programas sociales están produciendo una nueva relación de mando y dominación, diferente a la que existió en épocas anteriores.

 

Como ya se mencionó, en las décadas del llamadomilagro mexicano’ previas a la entrada abrupta del neoliberalismos en el país, el Estado mexicano se configuró en torno a una lógica de dominación caracterizada por el control del partido único (PRI), el cual tenía la función de disciplinamiento y vigilancia sobre las federaciones y confederaciones sindicales y gremiales, incluidos trabajadores industriales, maestros, campesinos, etc. La legitimidad del Estado mexicano dependía de la alianza corporativa con el liderazgo de estas agrupaciones de trabajadores y campesinos, en la medida en que los líderes sindicales tenían una puerta giratoria en el congreso por medio del partido en el poder (PRI). Estas eran las bases del corporativismo mexicano en el ejercicio del poder político.

 

Pero hoy la legitimidad del Estado se teje desde un lugar diferente. Si bien es cierto que hay indicios en la actual reconfiguración del  Estado en México que recuerdan a los años dorados del corporativismo que se basaban en la centralidad de la figura presidencial y la consolidación del partido único en el poder, después de cuatro décadas de aplicación forzada de políticas neoliberales que impusieron una formación social basada en la individualización del mundo del trabajo, los mecanismos de dominación basados en lógicas corporativas quedaron minados. Por tal motivo, la restitución del mando del Estado por medio de mecanismos parciales de consenso no se basa ya en principios corporativos, a la vieja usanza del estado corporativo mexicano de los años 50-70, sino como una relación unidireccional de mando político sobre los individuos, porque los programas sociales se basan en transferencias monetarias a las cuentas bancarias individuales de los ciudadanos. El destinatario final de los programas sociales es una masa multitudinaria de individuos desorganizados receptores de transferencias bancarias.

 

No quiero negar con ello la importancia que representan el ingreso de estos programas para las familias trabajadores en el país. De hecho, son de tal importancia que funcionan como fuente de relegitimación del mando político del Estado. Pero habría que destacar, en primer lugar, que la cantidad monetaria es una migaja en comparación con la inmensa riqueza que genera la clase trabajadora de México.[5] En segundo lugar, y aquí es lo que interesa destacar, es que los programas sociales de transferencias condicionadas no van acompañados de una democratización desde abajo de la vida política en México, de manera que, en lugar de empoderar a las clases populares mediante mecanismos que incentiven la organización, sólo las están vinculando al mando del estado desde una lógica dependiente que restringe los procesos de empoderamiento social de clase. En otras palabras, el resarcimiento de la legitimidad del Estado no se plantea desde una lógica democratizadora, sino que se basa en un consenso limitado y subordinado, donde la población adscrita a los programas es pasiva y receptora, excluida de la participación en el mando y la decisión sobre la política estatal.

 

Por lo tanto, lo que podemos observar es el dominio de una tendencia neocorporativa, en la que el aparato parlamentario gira en torno a una lógica presidencialista que opera en mancuerna con el ahora partido en el poder (MORENA), mientras que los mecanismos de control, disciplina y legitimación que se sustentan en programas de transferencia monetaria  incentivan una hiperindividualización subordinada que rompe la colectividad gremial para restituirla en forma de individuos desvinculados entre si, pero vinculados de forma individualizada y subordinada con el Estado.

 

Se constituye una relación subordinada porque, lejos de empoderar a las bases y generar poder popular (cosa que no puede hacer MORENA porque no es un partido de clase basado en principio democráticos), la población trabajadora no tiene una influencia organizada, colectiva y democrática sobre las decisiones que afectan la organización de la vida en común a nivel local, regional o nacional.  Esta relación subordinada e individual de mando basa su poder político en la legitimidad individualizante en lugar de en entidades colectivas.

 

5.      Pensar el poder desde abajo ¿Dónde están las semillas?

 

La individualización de los dominados ­—que en esencia significa la atomización de las entidades colectivas—, la cooptación de líderes sociales y su incorporación al partido en el poder, la fractura y atomización del movimiento popular, no sólo ha producido una muy profunda crisis en la izquierda que se traduce en la incapacidad para construir un programa emancipatorio que se convierta en una opción para la clases populares, sino que también resulta en un caldo de cultivo para el ascenso de fuerzas conservadoras y de extrema derecha, mismas que pueden convertirse en una expresión política dominante si así lo llegara a requerir el capital.

 

Frente a este escenario se hace necesaria la construcción de un horizonte político propio del movimiento popular, que surja desde las diferentes semillas de autonomía y lucha por la vida, y sin la vinculación subsumida al Estado.

 

En México tenemos muchas semillas de resistencias. Destaca el caso de los zapatistas que han aguantado la violencia y criminalización de un Estado que con una beligerancia cada vez más represiva, busca desarticular su proceso de autonomía a la vieja usanza de los programas de contrainsurgencia. Sin embargo, la independencia frente al Estado y frente los partidos de gobierno, junto con una estructura política sustentada en la decisión colectiva y el poder popular, han permitido que el EZLN se mantenga como la expresión ética y políticamente más avanzada en México, además de ser ejemplar para la organización de los pueblos a nivel mundial.

 

Junto a los zapatistas, también está la lucha de una enorme cantidad de organizaciones de pueblos originarios aglutinados en torno al Congreso Nacional Indígena, tanto en el campo como en la ciudad, que se organizan por la defensa del territorio a pesar del asedio y la sistemática represión. Estos son pueblos organizados que, a pesar de la violencia desenfrenada del crimen organizado y la militarización, no claudican, luchan y no se rinden. 

 

También está la lucha de las familias que buscan a sus desaparecidos, y que contra la criminalización, la violencia y los intentos de cooptación, han puesto la demanda por la Verdad y la Justicia por delante sin permitir que la agenda de Estado los desarticule. En este caso destaca la lucha emblemática de los familiares de los estudiantes desaparecidos de Ayotzinapa que han mantenido un movimiento de enorme dignidad, a pesar de que hasta el momento no se haya hecho justicia. También destaca el papel de las Madres Buscadoras, que en medio del silencio de la impunidad, no claudican en la búsqueda de sus hijas e hijos desaparecidos.

 

En este tenor también se puede mencionar a la organización del magisterio independiente y expresiones autónomas del movimiento urbano popular que, con todas las dificultades, ha logrado mantener la independencia contra la embestida de las estructuras de cooptación estatales.

 

Todas estas, y muchas otras, son expresiones de organización independientes y populares que hoy son la semilla de la resistencia, como lo fueron también ayer, y que mañana serán la semilla que florezca en la posibilidad de pensar una sociedad nueva. La izquierda tiene la opción de ver y aprender de eso, aprender sobre la necesidad de crear un proyecto emancipatorio enraizado en estas semillas de organización popular que luchan y no claudican, o puede preferir el atractivo de las cámaras, los reflectores, la agenda electoral, el pragmatismo y el coqueteo con la dominación del capital.  

 

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Mateo CROSSA

Doctor en Estudios Latinoamericanos por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y en Estudios del Desarrollo por la Universidad Autónoma de Zacatecas (UAZ). Profesor-investigador del Instituto Mora. Sus líneas de investigación giran en torno a la economía política, desarrollo y dependencia en América Latina, poniendo especial énfasis en la reestructuración productiva internacional y el mundo del trabajo. Autor del libro Honduras: maquilando subdesarrollo en la mundialización y diversas publicaciones sobre la industria maquiladora en México y Centroamérica. Director del video-documental Made in Hoduras.

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Editoras responsáveis

Ana Targina Ferraz – Editora-chefe

Camilla dos Santos Nogueira – Editora Temática

 

 

 

 

Submetido em: 1º/10/2024. Revisado em: 15/11/2024. Aceito em: 19/11/2024.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Creative Common - by 4.0

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[1] Datos tomados de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe, CEPAL, ‘Estadísticas e indicadores. Disponible en: https://statistics.cepal.org/. Acceso el: 28 sep. 2024.

[2] Datos tomados de INEGI. Ocupación y Empleo. Disponible en: https://www.inegi.org.mx/temas/empleo/.

[3] Por ‘situación revolucionaria’ se alude a un momento en el cual las clases dominadas tomen una clara voluntad política y organizativa propia.

[4] El impacto que tuvo la Gran Huelga de la industria maquiladora en Matamoros en 2019 sobre las cadenas de suministro de la industria en EUA fue ejemplar para demostrar la importancia que tiene el enclave maquiladora mexicano para el sistema imperial de producción estadounidense (London, 2019).

[5] Se han realizado investigaciones demostrando que sólo en la industria maquiladora se pierden 120 mil millones de dólares anuales por los bajos salarios, lo cual representa una cifra casi cinco veces mayor que el presupuesto destinado a programas sociales en todo país (Crossa, 2023)